LOS SIETE PECADOS CAPITALES La gula, un pecado no capital

La gula, según la doctrina de la Iglesia, es un vicio o deseo desordenado por el placer conectado a la comida o a la bebida. En el Antiguo Testamento se desprecia a aquellos que propugnan «el comer y beber, que mañana moriremos». En el Nuevo Testamento se pone en boca de Jesucristo «guardaos, no carguéis vuestros estómagos de manjares».

El establecer cuándo estamos ante gula o comemos con pasión ha resultado complejo, de ahí que para muchos exégetas la gula es un pecado capital, no malo en sí mismo sino como fuente potencial del mal. Así, fray Luis de Granada desarrolla las «hijas de esa madre», citando la alegría sin propósito, la palabrería, la truhanería, la inmundicia y el embotamiento de los sentidos y el entendimiento. Considera que los manjares sirven al cuerpo y dañan el alma, engordan la carne y enflaquecen el espíritu, deleitan el paladar y despiertan los torpes deseos. La abstinencia en el comer se recoge en todas las religiones. Buda se retiró durante seis años y emprendió largos ayunos. Los musulmanes practican el ayuno durante el ramadán. Y la Iglesia católica mantiene el ayuno y abstinencia de los viernes de Cuaresma.

En es misma línea ascética se mueve san Ambrosio, para el que la abstinencia es amiga de la virginidad y enemiga de la deshonestidad y por el contrario la hartura destruye la castidad y sustenta la lujuria. La gula y el resto de los pecados capitales han sido notable fuente de inspiración pictórica y literaria. Dante, en la Divina comedia, descubre en el purgatorio a los penitentes por el pecado de gula, cuando hambrientos eran obligados a pasar entre dos árboles incapaces de alcanzar las frutas que cuelgan de sus ramas. El concepto de gula ha ido evolucionando y hoy se puede decir que ha dejado de ser pecado. A lo más, comer compulsivamente es de mala educación. El comer poco, hacer dietas condicionadas por cuestiones estéticas o de salud es una constante del primer mundo. Hace 80 años ya Julio Camba sostenía en La casa de Lúculo que los curas gallegos tienen siempre la casa llena de vituallas, añadiendo que los feligreses saben que el hombre más santo peca por lo menos diez veces al día, y les complace ver al párroco incurriendo en la gula, como una garantía de que no comete otros pecados. No solo los curas gallegos suelen comer bien. Hace un par de años el nuncio del Vaticano en España, monseñor Monteira, invitó a cenar «un caldito» al presidente del Gobierno: delicias de calabacín y alcachofas sobre un caldo de albahaca; lomo de merluza estofado a la vainilla; tabla de quesos y una mousse de lima con gelatina de té de jazmín.